Introducción

La descomposición creciente de la sociedad en términos de la moral y la enorme y creciente dispersión “espiritual” que la aqueja, reflejada en una apostasía encubierta; además del ya agudísimo desequilibrio en términos materiales, que se puede calificar de insostenible , sin que se perciba una voluntad real para cambiar el rumbo; nos lleva a pensar en la insostenibilidad de la organización social en especial de la degradación en sus esferas política, económica, cultural y espiritual tal como las estamos sufriendo.

Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que se ha perdido el Faro orientador de la organización social. En este contexto, van dejando de existir, para el arte de organizar la sociedad,  objetivos transcendentes y morales, y van desapareciendo los fines últimos de una forma explícita; y todo se sigue reduciendo a los puros intereses comerciales y de poder, que han ido degradando la organización social sin que haya ningún signo que indique que los políticos y dirigentes sociales y religiosos estén muy conscientes del abismo hacia donde dirigen la sociedad, y se continua con el engaño disfrazado  de populismo.

Una vez establecido claramente el diagnóstico de la situación, podemos decir que la institución que ha sido llamada desde siempre a ser el Faro de la humanidad: de su organización espiritual, política, social, cultural y económica; es la Iglesia Católica, por el hecho de ser la depositaria de la verdad, tanto en el terreno natural, como en el espiritual, y de representar en este mundo temporal al Creador del Universo, por lo cual puede acceder a todo el entendimiento, conocimiento y sabiduría que la capacitan para liderar lícitamente a la sociedad, así como promover la Moral señalada por El Creador a toda la humanidad, que es el piso firme para la construcción de una organización social sostenible. Pero además es la única institución que tiene el poder de dispensar la gracia divina, sin la cual la humanidad seria impotente para superar los obstáculos que el proceso civilizador enfrenta.

Entonces la pregunta que tendríamos que hacernos es porque la Iglesia ha resignado su responsabilidad de liderar el proceso civilizador y se ha colocado en una posición de subordinación con respecto a los poderes temporales, llegando a ser su apéndice, sin ningún ánimo de llegar a ser  contradicción del mundo, como su fundador se lo ordenó con la intención de despertar el sentido transcendente en la humanidad.

Es un hecho que la Iglesia se ha colocado al servicio de las ideologías, a la par de lo cual se observa un progresivo desarreglo en la organización social y un creciente desprecio hacia el mundo espiritual con el cual convivimos y del cual hacemos parte, queramos o no. Llevando al Ser humano a un creciente desconcierto y a una confusión que nunca ha sido mayor en toda la historia de la humanidad, pudiendo compararla con una nueva invasión bárbara, ejecutada con la complicidad de la Iglesia y sin que sea plenamente consciente de ello. Así, podemos palpar la enorme crisis que se profundiza al interior de la misma iglesia, pues todas las referencias a una sana doctrina han sido abandonadas y reemplazadas por un evangelio ideologizado y mundanizado, promoviendo una religión de corte populista, cada vez mas exenta de contenido espiritual, el cual ha sido subordinado a una concepción cada vez mas naturalista del evangelio y siguiendo a las ciencias positivas como criterio de verdad, alejándose cada vez mas de la iluminación de la Fe pura y simple, que nos enseña a creer en la Revelación no solo para conocer la verdadera realidad natural y sobrenatural, sino que nos ilustra acerca de nuestros fines últimos, y nos dice que el mundo temporal no es más que una prueba y una batalla que tiene que ser bien organizada para no perderla. Podemos entonces decir que ese concepto de milicia se perdió y por lo tanto dio lugar a dejar libre el camino para que fueran penetrando todos los errores que vienen progresivamente desarreglando la organización social y dando al traste con el proceso civilizador cristiano como ya se venía  adelantado en los periodos pretéritos a la Revolución Francesa y cuyo camino parece que se abandonó definitivamente, a pesar de los esfuerzos por retomarlo que hicieron los pontífices a partir de mediados del Siglo XIX con Pio IX hasta Pio XII en el siglo XX.

Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
«No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la «ciudad» nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la «ciudad» católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo.».

Se trata entonces de elucidar cual ha sido el proceso que se ha seguido, desde la Reforma Protestante hasta el presente, para poder dar una explicación correcta acerca de las causas que llevaron a que la Iglesia se le usurpara, en un principio, y posteriormente capitulara en su responsabilidad de  asumir la orientación y liderar el proceso de organización social en todos sus ordenes que es para lo que la destino el Creador.

Hubo tiempos en que la iglesia fue consciente de que en este mundo temporal nos encontramos en una guerra permanente que no terminara nunca, al menos en esta vida temporal; y para lo cual era menester organizar un ejército bien disciplinado, dotado de todas las armas sobrenaturales, de tal forma que le permitiera tener cierta seguridad y en momentos críticos saber tener un cierto desprecio por la vida natural en favor de la vida sobrenatural.

Pero la clausura que de esta misión hizo la iglesia, viene dejando al cristiano en general sin consciencia de milicia y mucho menos sin advertirlo y adiestrarlo en el uso de las armas con que cuenta el arsenal depositado en la Iglesia Católica. Inesperadamente se desactivo la bomba atómica de los Católicos (La Misa Tridentina), a la par que el conocimiento y uso de otras muchas formas de lucha, fundamentadas en la oración, la penitencia y diversas formas de piedad; además de la limitadísima información que ahora se ofrece acerca  del mundo espiritual y de sus formas de acción sobre el mundo temporal.

Los fundamentos y la estrategia para afrontar la guerra frente al mundo, al demonio y a la carne; contenidos en los dogmas y el magisterio de la Iglesia, aunque no son negados oficialmente, si están siendo contrariados en la práctica, lo que no es difícil de probar. El ejército Católico necesita de un Comandante de carácter firme, para ejercer una conducción como se exige en los momentos de guerra, desafortunadamente la contaminación democrática ha llevado a los Generales de este ejército a reclamar sus parcelas de poder y con su ideologización reclaman su propio electorado y dan prioridad a sus misiones particulares, desarticulando así cualquier tipo de milicia de carácter espiritual y también temporal.

I.- La Reforma Protestante

El cisma Católico promovido por Lutero a mediados del siglo XVI, deformando el mensaje de La Revelación, provocando un cambio de fondo, tanto en la moral como en la práctica religiosa, inició un proceso de cambio de la mentalidad humana, por lo que la concepción de la relación del ser humano con Dios se secularizó, es decir empezó a vaciarse de contenido espiritual, sufriendo especialmente el concepto de “Gracia Divina” y la forma como el hombre podía acceder a ella, además de la negación de varias realidades solo conocidas a través de la  Revelación,  entrando en el terreno de disputar a Dios la explicación del misterio.

Esta concepción protestante fue posteriormente una aliada importante del iluminismo, concepción filosófica secularista que empezó a desarrollarse con fuerza en el siglo XVIII, y que posteriormente promovieron una visión del progreso humano otorgando a la economía una fuerza redentora capaz de provocar el advenimiento de un nuevo hombre y, por lo tanto, de un orden social que fuere la réplica, en este mundo, del Reino de Dios.

Esta fue una prueba grande para la Iglesia Católica que había entrado en un periodo de adormilamiento espiritual, pero que la hizo reaccionar con energía, entrando a revitalizar sus fuerzas espirituales y a reordenar su institución, así como a clarificar la doctrina y a hacer más precisa su labor pastoral volviendo a enfatizar la esfera espiritual. El Concilio de Trento resume todo un plan de acción dirigido a explicitar la Revelación y a acentuar el seguimiento de la Tradición, especialmente de las enseñanzas de los Santos Padres. Se pronuncia el dogma acerca de la Misa Católica con la bula Quo Primun para salir al paso de la reforma litúrgica elaborada por Lutero. Este replanteamiento de la acción católica produjo sus frutos en términos de santos, mártires, profusión de pensadores católicos y práctica más consciente de la fe.

A pesar de la reacción católica este era solo el comienzo de la pasión de la Iglesia. Todavía le esperarían días de amargura y sinsabores. Más adelante surgirán más y mayores fuerzas antagónicas que le infringirán serias derrotas a la iglesia y  la despojaran de su privilegio de orientar a la sociedad hacia su fin último, pero siempre la iglesia volverá a la carga sin dejarse amilanar, porque se pueden perder varias batallas, pero no la guerra.

La Revolución Francesa, La Revolución Industrial, y La Revolución Rusa

La génesis de las revoluciones aunque ciertamente tiene orígenes naturales, no dejaron de ser promovidas y auspiciadas por movimientos antagónicos al pensamiento católico, y cuando de resolver los conflictos sociales que se presentaron se trató, estas fuerzas de estirpe “iluminista” tomaron la delantera, liderando el cambio de paradigmas sobre los cuales se reconfigurarían las sociedades, lo que fue ejecutado gradual y subrepticiamente, para evitar enfrentar a la iglesia que todavía era políticamente fuerte.

Pero el caso es que estas revoluciones, especialmente la Revolución Francesa, infringieron grandes derrotas a la iglesia, recortando enormemente su influencia sobre la sociedad. La profusión de filósofos, ideólogos y teóricos que construyeron las bases culturales para iniciar una batalla contra el cristianismo, no fue ni antes, ni ahora, suficientemente valorada por la iglesia, para prepararse adecuadamente para esta guerra, que hasta el presente va    perdiendo estruendosamente.

A la revolución Francesa se le atribuye la construcción de todo el andamiaje de los derechos humanos como fuerza política para ir desmantelando las raíces cristianas de la sociedad, y como nueva fuerza redentora, sin ninguna consideración para con la primacía espiritual de la naturaleza humana. Aquí se inició el racionalismo a ultranza, desvinculado de las realidades sobrenaturales, y como único criterio para la actividad humana. Invocando la necesidad de resolver los conflictos sociales y la desigualdad material, se promovió un camino sin espíritu y sin Dios.

Las designaciones de izquierda y derecha pertenecen a la lengua de la revolución, pero aceptadas universalmente en el léxico político, han pasado a señalar dos talantes humanos que se oponen con proposiciones contradictorias. La izquierda tomó su inspiración espiritual en las ciencias positivas y la fuerza mesiánica de su empuje político, en una versión puramente naturalista del Reino de Dios. Se trataba de realizarlo aquí, en la tierra, gracias a la actividad transformadora del hombre. La derecha, en un principio, delata su origen paisano y católico. La naturaleza y la Revelación son las fuerzas de las que toma vida su impulso espiritual. La derecha desconfiará de todo cuanto se oponga al ritmo biológico de la especie y al destino sobrenatural que Dios le ha dado. Posteriormente la derecha pasará a identificarse con el dogma neoliberal, con lo cual pierde toda su significancia original.

La oposición de ambos temperamentos aparece con todo su vigor en la posición que adoptan frente a la economía. Para los hombres de izquierda, es la actividad decisiva en la vida social del hombre, y tanto en su aspecto individualista como colectivista, la panacea para curar todos los males de la sociedad, sea acrecentando las riquezas o repartiéndolas mejor entre los habitantes de este planeta nunca bien explotado. Para los hombres de la derecha original, la economía es un instrumento al servicio de la especie y no esa violencia rapaz que conduce al burgués al saqueo del mundo. La política debe ser una actividad conservadora, colocada por Dios en manos de los prudentes para que ordenen el destino temporal de los individuos de acuerdo con las necesidades de la vida espiritual y corporal. La derecha absoluta o contrarrevolucionaria, sostuvo que el orden político solo puede darse bajo la inspiración de la palabra divina propuesta por la tradición del Magisterio Católico y las exigencias naturales de un hombre que Dios ha hecho “para que lo conozca, lo sirva y para nada más”. Es indudable que una derecha de tal naturaleza está representada solamente por “los testigos de la fe del Señor”, precisamente por aquellos que según enseña la misma Revelación, se encuentran a su derecha. Las otras posiciones son de izquierda en la misma medida que sus respectivas ideologías se fundan en negaciones de los órdenes queridos por Dios.

 La Revolución Industrial se caracteriza por su espiritualidad economicista. Se puede observar como en el inglés, en primera instancia, y después en el europeo en general, se fue imponiendo un modo de observar la naturaleza que tendía, cada día más, a imponer un conocimiento decididamente lanzado hacia el dominio técnico de los fenómenos naturales, lo que favoreció el desarrollo especial de todas esas disciplinas que llevaran el nombre de ciencias positivas, con una desdeñosa separación de otros pretendidos saberes que empezaron a ser considerados, desde esa época, como negativos o por lo menos como cuestiones ociosas no relacionadas con la santidad del trabajo. Así, la posesión del conocimiento del que el hombre es la única criatura con este privilegio, queda limitado en su desempeño al terreno de la mera utilidad. Desarrollando el concepto que nos asegura que el ideal del hombre económico es el de un racionalismo que convierta todo el proceso de la vida humana en una suerte de planificación calculada, donde nada pueda escapar a la providencia del calculador. Para posibilitar esta operación cibernética, las ciencias de tipo positivo han abandonado las reflexiones filosóficas sobre la naturaleza para ceñirse a una interpretación matemática que facilite esos cálculos.

Todo objeto permite un acto sapiencial si nos acercamos a él para comprender su esencia propia y ubicarlo en el orden que le conviene dentro del universo, pero si nuestra intención es ponerlo en relación inmediata con nuestros apetitos, nos limitaremos a descubrir las conexiones que pueda tener en un campo limitado a las relaciones que guarda con nuestras necesidades hedonistas.

Como la ciencia biológica fue probablemente una de las más cultivadas y quizá con más éxito en los siglos XVIII y XIX ingleses, la aplicación de esta ciencia tuvo un enfoque condicionado por la hipótesis evolucionista con el propósito de poder actuar transformadoramente sobre la herencia atávica. Este desarrollo del evolucionismo al ser incorporado a las teorías seudoteológicas desarrolladas en el siglo XX   ha sido catastrófico para la fe.

En el periodo de la revolución Industrial se empieza a configurar el dogma redentor de la dictadura del mercado, contando como profeta a Adam Smith y como áulicos a los filósofos positivistas, que con un criterio mecanicista marginan cualquier función del espíritu, el hombre es no solo materia, sino apenas un bípedo.

La preferencia valorativa economicista toma vuelo y ya nada hay que se le interponga en su paso hacia la tierra prometida construida por el hombre para el hombre.

El triunfo de la burguesía iletrada introdujo en la sociedad un tipo de ordenamiento mecánico como si la economía financiera, al reemplazar las viejas estructuras agrícolas y pastoriles, promoviera en los movimientos sociales, con el carácter artificioso de las operaciones monetarias, la solución a sus problemas. El dinero se convierte en el único dispensador de excelencias, y establece entre los hombres diferencias cuantitativas, no cualitativas.

La configuración del concepto de democracia liberal, que ciertamente hacia más funcional la operación de la sociedad, se fue construyendo al costo del marginamiento del faro del evangelio, y donde el plan masónico vertió todo su ingenio.

La revolución comunista se impulso en los nuevos paradigmas promovidos por la masonería, aunque su carácter economicista fue más acentuado,  se le adicionó la necesidad de centralizar el poder, y se renegó explícitamente del mundo espiritual, por el cual sintieron el más profundo desprecio, lo que envileció aún más  la dignidad humana.

Modernismo, Progresismo, Liberalismo y Masonería

El modernismo se identifica por su afán por el cambio y la innovación, estamos en una carrera frenética por el goce de la vida, los postulados básicos de la organización social deben estar en constante mutación. Por lo tanto es imprescindible referirse a la más importante de las herejías promovidas en la llamada modernidad: el modernismo. Este movimiento sigue generando muchas corrientes subalternas que siguen sembrando confusión entre los fieles, tanto a seglares como a eclesiásticos, haciéndoles creer que el decurso del tiempo histórico provocaba en la significación profunda de los dogmas cristianos cambios que debían adecuarse al movimiento de la historia. Para comprender el pensamiento modernista se precisa de un conocimiento adecuado de aquello que sobre la religión pensaban Kant y Hegel. Muchos católicos, convencidos que las ideologías acuñadas en el inmanentismo alemán respondían mejor a las exigencias de la época que la filosofía clásica y la teología tradicional, se lanzaron a la tarea de repensar los dogmas a la luz de esta sabiduría que venía del norte. Tal vez pensaron que aquello que había hecho Santo Tomas con Aristóteles podían hacerlo ellos con Kant y Hegel, sin advertir, que el camino seguido por el gran filósofo pagano era totalmente distinto al emprendido por los pensadores provenientes del reformismo protestante. Los reformadores protestantes buscaban la luz conforme a la orientación provista por su razón natural; estos, los nuevos pensadores alemanes, daban la espalda a la doctrina enseñada por Cristo a la iglesia y se hundían con deleite en el narcisismo de la inmanencia antropocéntrica. Esta invasión afecto también la inteligencia de la iglesia, se metió en sus seminarios e inspiro el nacimiento de un lenguaje ambiguo donde los contenidos dogmáticos, apenas reconocibles, eran extrañamente desfigurados en la pretenciosa expresión de las nuevas sibilas. Veremos adelante como su influencia latente estallara con ocasión del II Concilio Vaticano, donde dio nacimiento a una serie de modificaciones en la economía pastoral, reduciendo a la iglesia tradicional al silencio, y promoviendo una iglesia publicitaria y populista de inspiración modernista muy bien dispuesta a imponer sus propios criterios en una actitud de progresiva apertura hacia las ideas modernas.

Desde el punto de mira religioso, el inmanentismo vitalista hace imposible pensar en una revelación que proviene de Dios hacia el hombre. La religión, como cualquier otra actividad del espíritu, tiene su origen en el hombre, centro del universo y por ende de cualquier explicación que pretenda dar cuenta y razón de él. La ciencia se reduce a una construcción intelectual que es una suerte de “modelo interpretativo” de la realidad, y la historia nos describe las variaciones de la conciencia humana en su relación dialéctica con el mundo. Hablan de Revelación, pero como esta se da en el seno de la historia y puede admitirse como una toma de conciencia, la Revelación no puede ser otra cosa que una forma simbólica para expresar la situación del hombre con respecto a aquello que se manifiesta en la conciencia. En esa perspectiva, los dogmas de fe son expresiones más o menos felices de esa simbología y deben entenderse todos ellos, como modos de un lenguaje que trata de señalar los cambios y las transformaciones de esa misma conciencia. El creyente modernista no niega la realidad de lo divino como objeto de fe, y para apoyar esa realidad no encuentra fundamento mas sólido que su propia experiencia individual, así se separa de los racionalistas y cae en la opinión de los protestantes y pseudo-místicos.

La iglesia auténtica no niega el valor de la experiencia religiosa, si se la toma como resultado de la práctica sacramental, la ejercitación espiritual y la oración; pero desconfía cuando queda liberada “a una cierta intuición del corazón” y aparece , sin contornos precisos,

en la vaguedad del submundo de la subjetividad.

El principio de “inmanencia” bebido en las fuentes del ideologismo moderno, guía la reflexión teológica del modernista, por eso convierten a Dios en una manifestación de la conciencia y nuestro saber acerca de Él en un mero simbolismo. Los modernistas pretenden ignorar que los principios del ordenamiento natural y sobrenatural los establece Dios y no el hombre.

El progresismo, que complementa la estrategia modernista, acoge el concepto economicista como propio, pero desarrolla un nuevo arte de convertir a la gente, tomando en cuenta las exigencias de la vida moderna; se trata de disminuir el tono “autoritario” de la iglesia y simplificar algunos principios dogmáticos que chocaban a un hombre que había crecido en un ambiente de libertad espiritual como el americano y que luchaba por no deponer su derecho a interpretar todas las cosas según un punto de mira individual; esto significaba también la extensión de las libertades individuales, plasmadas en los derechos humanos, y por lo tanto la restricción del magisterio eclesiástico a cuestiones que no tuvieran una relación ostensible con la vida social. Exigiendo la libertad de pensamiento, especialmente en materia teológica, para no aparecer ante el mundo protestante como hombres subordinados a una tutela paternalista, contraria a la madurez que supone vivir en democracia, pues habiendo abandonado la tutela de Santo Tomás, quedaban sin más fundamentos sólidos que acudir a la divina democracia.

Por lo tanto, la fe, la esperanza y la caridad deben volcarse en la corriente temporal del quehacer humano y dar sus fuerzas espirituales al progreso de la vida social.

El liberalismo se encuentra mezclado con las anteriores ideologías,

pero su labor consistió en articular el nuevo pensamiento secular para volverlo funcional y ponerlo al servicio de la elite que quería ostentar el poder político para desactualizar el cristianismo y promover el materialismo hacia un progreso permanente y alcanzar así la tierra prometida, diseñada por el hombre para el hombre.

En este contexto establece todo un catalogo de libertades para traducirlas en derechos del hombre moderno con el objeto de instrumentalizarlos en el juego político. Este catálogo está en permanente actualización. El asunto de las libertades, tal como ha sido desarrollado por el liberalismo, desde el punto de vista filosófico, desconoce la naturaleza del hombre, y contradice las enseñanzas evangélicas, también contraría la moral católica en materia grave, además de que genera más conflictos que los que resuelve.

La construcción de la democracia moderna es obra del liberalismo, lo que hay que lamentar en esto es la marginación que se hizo del faro orientador de la iglesia, resultando entonces en una organización social que con su degradación creciente en términos morales y espirituales, está condenada a entrar en un callejón sin salida.

El liberalismo también ha entrado a saco en la cultura de los pueblos, orientándola conforme  a sus principios filosóficos, con lo cual ha conformado una mentalidad y una forma de vivir y de hacer

que al no estar conforme con el pensamiento Católico tradicional, ha conformado una sociedad que en si misma lleva el fermento de su disolución.

La Masonería es no solo una organización política, sino que tiene un origen preternatural y su fin último es transformar el cristianismo en una fuerza que colabore con su concepción del mundo y de la vida. En ese sentido, se han hecho con todas las ideologías que puedan soportar su objetivo, y han elaborado una estrategia de largo plazo y en el centro de esta han configurado una utopía. Su intención es la conformación de un Gobierno Mundial, con un sistema globalizado de comercio, una sola religión, un solo sistema educativo, un sistema de seguridad que les permita controlar a la sociedad en todos sus aspectos, y el poder deberá ser centralizado.

La Masonería al igual que cualquier religión pagana tiene su liturgia, a lo cual le otorgan enorme importancia y rigurosidad en razón de la consciencia que tienen acerca de la realidad de sus invocaciones a los poderes espirituales. En esta liturgia también ocurre el sacrificio a su “Dios” de forma tal que la sangre se convierte en un vehículo de las fuerzas espirituales.

La Masonería esta blindada con juramentos y graves sanciones a sus miembros.

El Concilio Vaticano II

El propósito claro para la convocatoria del Concilio Vaticano II fue el de “legalizar” y adoptar el pensamiento desarrollado por la modernidad, a costa de la claridad de la doctrina.

Si en los textos mismos del concilio no se alcanza a evidenciar todas las intenciones de los  reformadores, si es clara la promoción que se dió a las libertades liberales, colocando como prioridad la defensa de los derechos humanos, la disminución de la disciplina en todas las actividades religiosas, tanto de seglares como de clérigos y especialmente en los seminarios, y principalmente en la economía pastoral, fijándoles prioridades seculares y disminuyendo las espirituales. La libertad de cultos, la libertad de conciencia, y en fin todo el catalogo de libertades modernas; no resisten una confrontación seria con la Doctrina Católica, desde el momento mismo que fue despreciado en gran medida el Magisterio de la Iglesia.

Llama la atención la resistencia de los reformadores a introducir una doctrina clara y explícita, así como a condenar los errores que se venían sucediendo, por los cuales los Pontífices desde Pio IX hasta Pio XII se habían empeñado en denunciarlos ante los fieles y habían tomado medidas para evitar la contaminación de los religiosos.

Se dio entonces un rompimiento, no solo en términos doctrinales y pastorales, sino en términos estratégicos en la lucha de la iglesia contra sus detractores y por salvaguardar la Fe.

Ahora, si en el texto mismo no se alcanzan a advertir todos los conflictos que se generarían con la doctrina y su práctica, en la aplicación subsiguiente del llamado “espíritu” del Concilio, se dieron reformas de hecho, contrariando no solo la letra del Concilio, sino como antes se dijo una enorme cantidad de documentos magisteriales y pasando por encima de la Tradición misma de la Iglesia.

Conclusiones

El empobrecimiento espiritual de la sociedad como un todo es la nota predominante del estado de cosas en el momento actual.

Por donde quiera que se le mire el futuro de la organización social tal como opera en la actualidad no tiene manera de resolver su deterioro moral, espiritual, social y cultural. La organización social vigente con los paradigmas que le han servido de fundamento está condenada.

La pregunta obvia es: ¿Entonces cual debe ser la opción para reconfigurar nuestra sociedad?

La respuesta obvia es: Solamente cuando se organice la sociedad conforme a los órdenes queridos por Dios la sociedad volverá a funcionar de una forma armónica. Lo demás no pasa de ser palabrería barata.

En este orden de ideas la acción que se debe pedir a la jerarquía católica es de suma urgencia, no hay tiempo que perder. Con el Santo Padre a la cabeza es necesario reclamar un cambio de rumbo urgente, con gran cuidado de no caer en el engaño bastante bien preparado del Gobierno Mundial.

Sería ingenuo pensar que este reclamo seria atendido por las autoridades seculares, si no se cuenta con la asistencia sobrenatural. En ese sentido es imperativo obedecer a Fátima, y como posiblemente ya venció el término para hacer la consagración de Rusia y el mundo a la Virgen Santísima, existe la opción de invocar la presencia de Ella de una forma inequívoca, con la promulgación del quinto dogma Mariano: María Corredentora. Debemos estar seguros que reconociendo a María como Madre y Corredentora Ella no nos dejara solos.

Solo nos falta orar  para que a la jerarquía Católica la asista todavía la suficiente Fe para apoyar al Santo Padre en este propósito.

Esta es la prueba de Fe que Dios quería para su Iglesia si nos atenemos al mensaje de Fátima.